viernes, 29 de enero de 2010

Instrumentos de percusión/El Batá






Por: Jorge Rivas Rodríguez

Entre los años 1820 y 1860, alrededor de 275 mil negros nigerianos, apresados y convertidos en esclavos, arribaron a las costas cubanas, trayendo consigo su creencia yoruba. Así se inició un proceso sincrético mediante el cual se fusionaron aquellos dogmas africanos con el catolicismo traído a la Isla por los colonizadores españoles, mezcla de la que surgió en Cuba la llamada Santería o Regla de Osha, cuya práctica se ha extendido hasta nuestros días.

En los ritos y ceremonias propios de este culto se ejecutaban, indistintamente, varios instrumentos musicales, entre ellos tres tipos de tambores: los batá —que son los más sagrados, aunque hoy los destinados a las orquestas de música popular se fabrican sin ceremonias de iniciación—, los iyesá y los bembé; y los güiros o chekeré hechos de grandes güiras con mallas percutientes.

Los tambores batá constituyen —desde entonces— los más importantes instrumentos musicales en la santería, la cual no solamente está constituida sobre la base de la religión yoruba, sino además por la integración de otras creencias religiosas del

resto de los grupos étnicos llegados a la Isla desde otras regiones de África.

“Los tambores batá y su música han sobrevivido más de 500 años, viajando desde Nigeria a Cuba y después a los Estados Unidos. Su historia es un testamento del poder y la profundidad de la religión y la cultura. Contar la historia del batá necesita hablar de la religión y la cultura, porque el batá no es solo un instrumento musical, ni su música es solo música”, dijo la doctora

María Teresa Linares.

En muchas ceremonias yorubas realizadas en Cuba desde la llegada de la población negra, se ejecutan los tambores batá consagrados, en cuya construcción se exigen secretos y ritos para poder ser utilizados en la veneración de los santos; además de que otras exigencias religiosas son observadas para los hombres destinados a tocarlos, los cuales deben regirse por normas en la forma de hacerlos percutir, el modo de cuidarlos y la manera en que deben manipularlos. Los batá —que nunca pueden tocar el piso— son tratados como seres vivos.

“La música ritual y ritual-festiva participante en la santería cubana guarda diferentes grados de similitud y afinidad con la de los pueblos de origen”, enfatiza Linares.

El primer tambor batá consagrado (añá) fue construido en Cuba aproximadamente en la década de los años 30 del siglo XIX. Según Fernando Ortiz, en el año 1951 existían en la Isla 25 juegos de batá (ilú) de fundamento. Vale señalar que mediante una

sola palabra: “batá”, en nuestro país se hace referencia a los tres tambores que integran un conjunto de instrumentos tallados en madera de diferentes tamaños y registros, ellos son: Iyá, tambor grande; Itótele, tambor mediano, y Okónkolo, tambor chico.

Los sonidos de los batá se hicieron recurrentes en las fiestas de santería de los solares de La Habana y Matanzas, en la primera mitad del siglo XX. Su ejecución pública —extendida en las ceremonias yorubas de casi toda la Isla— se realizó entre los años 1935 y 1936, a través de un “toque”, promovido por Fernando Ortiz , con el fin de dar a conocer la riqueza folclórica de esta música.

Julio Herrera Arango (Wichi), director del grupo de batá consagrado Añá Obá Cola Obá —instituido por el Awo José (Manolo) Pérez Andino (Ogbeyono Omo Oddum)— asegura que “los batá pueden hablar el idioma yoruba, a través de ellos se puede

rezar, cantar poesías, contar pataquines… Precisa de conocimiento y dedicación física y espiritual, yo toco los tres tambores”.

Los otros integrantes del grupo, Rolando Valdés Campos (Wito), quien también toca los tres batá, Carlos Kimani Hernández (Okónkolo e Itótele) y Raymundo Seriñane Vergara (Cutú), quien ejecuta el Okónkolo, expresaron que estos instrumentos “se llegan a amar como a un ser vivo”.

Los batá tienen la forma de un cilindro estrechado en el centro y se percuten por los dos parches que tienen en ambos extremos. Durante un “concierto” ceremonial yoruba, Wito, Cutú y Carlos demostraron virtuosismo, acople y dominio de la técnica en los toques de estos tambores, que se percuten con ambas manos, con vigor, para hacer vibrar el parche (generalmente de piel de chivo) de cada una de las dos caras. Los seis sonidos se fusionan para crear un ritmo único que también sirve de fondo para los cantos.

La profusa mitología del panteón yoruba y la veneración a los orishas africanos, se insertaron con extraordinaria rapidez en la cultura cubana. Los dioses venidos del lejano continente fueron adoptando novedosas características mediante el sincretismo

establecido entre ellos y los santos de la religión católica, proceso que ha interesado a estudiosos e investigadores de la Isla, entre los que se encuentran la Fundación Fernando Ortiz, que preside el escritor, etnólogo y poeta Miguel Barnet, también presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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